La evolución de la pelota
Del cuero al plástico
La historia de la pilota valenciana no solo se escribe con grandes partidas y figuras legendarias, también con la innovación silenciosa que ha permitido su expansión. Un claro ejemplo es la transformación de uno de sus elementos más icónicos: la pelota de vaqueta.
Un primer intento que abrió camino
A principios de los años 80, Vicent Lluzar Serneguet, industrial de Godelleta y apasionado de la pilota, se propuso un reto ambicioso: reproducir la clásica pelota de vaqueta con materiales plásticos. En 1981 creó una pelota experimental hecha de una mezcla de cloro, caucho y otros compuestos que imitaba fielmente la original en tamaño, peso y apariencia.
Su visión era clara: fabricar una pelota resistente al agua, con un bote constante y sin necesidad de cuidados especiales como el engrase. Aunque la Federación dio su apoyo inicial, la pelota no fue bien recibida por los jugadores, quienes alegaban que “se pegaba a la mano”, lo que terminó relegando el proyecto al olvido. Sin embargo, aquella primera propuesta pionera sentó las bases de una revolución que llegaría años después.
El impulso definitivo: Venancio Biosca
A finales de la década, la innovación tomó un nuevo impulso gracias a Venancio Biosca, gerente de Plásticos Biosca y amante del raspall. Desde Alfarrasí, empezó fabricando dedales de plástico tradicionalmente hechos de piel y poco después desarrolló las primeras pelotas de plástico.
La propuesta de Biosca tuvo una acogida mucho más favorable. Su diseño no solo era más duradero y económico, sino que facilitaba la introducción del juego en contextos educativos y recreativos. Gracias a sus pelotas, más escuelas y clubes pudieron acceder a material asequible y resistente, contribuyendo al crecimiento de la pilota valenciana en nuevas generaciones.
Una innovación al servicio de la tradición
El paso del cuero al plástico no ha sido una simple modernización, sino una estrategia para democratizar el juego, hacerlo más accesible y garantizar su continuidad. Hoy, tanto pelotas tradicionales como plásticas conviven en trinquetes, canchas escolares y calles, demostrando que la esencia del juego sigue viva, adaptándose a los tiempos sin perder su identidad.
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